Son muchos los caminos con los que puede encontrarse el ser humano en su búsqueda interior, pero una sola es la «Senda del Espíritu», la senda de la Verdad, la senda que conduce a la Paz. Esta Senda entretejida por la mística y la ascética la vivió Jesús de Nazaret mostrando un camino de santidad para alcanzar la meta de la vida: Dios. Nos encontramos ante una materia teológica que toca al corazón humano. El hombre es un ser en búsqueda, que no puede olvidar su interioridad. Toda obra exterior encuentra su mayor plenitud en este germen que sacia la sed y el hambre de trascendencia, de eternidad. Hemos de sentir atracción por el riesgo para adentramos en este terreno extraño y misterioso, y lanzar sobre la vida espiritual una mirada nueva, con el fin de descubrirla en toda su amplitud y densidad. La experiencia espiritual, sobre la que hemos de reflexionar, es necesariamente una aventura, un «hermoso riesgo», porque es entrar en el misterio, acceder a una realidad que nos desborda y que nunca podemos dominar. Dios siempre se nos escapa, y aunque debemos buscarlo, sólo podemos dejar que El nos encuentre.