Penetrar los íntimos secretos de las verdades divinas, precisa poner en ellas el corazón: escuchar en el fondo del alma el mensaje personal que el Señor dirige a cada hombre. Es ésta una labor lenta, precedida y acompañada por el Espíritu Santo. Comienza a ser fructífera cuando el fiel cristiano aprende a descubrir, con asombro, los vestigios de la acción divina que, desde hace años, va escribiendo -en él y con él- su biografía personal. Ese despertar del espíritu le inducirá a contemplar más directamente a Dios, con olvido de sí mismo. La vida de Jesucristo y las verdades de la fe se volverán luminosas y atractivas. Las miserias del mundo y las de tantos hombres a su alrededor, estimularán en él la caridad y el afán apostólico por dar a conocer lo que Dios le ha hecho comprender. Mientras tanto, diariamente deberá renovar la lucha contra sus personales defectos. El amor de Dios está en la cúspide más alta y, desde allí, le atrae; con fuerza creciente a medida que pasan los años. El deseo de Dios se convertirá en contemplación continuada, con ocasión de los quehaceres diarios. Vivirá para Dios, para su Amor; y trabajará para Él, para su obra en el mundo, para la Iglesia. Santa María Virgen le acompañará en este itinerario, intercediendo por él ahora y en la hora de su tránsito hacia la Verdad y el Amor eternos. Así de sencilla y así de magnánima es la vida de quienes se dejan dirigir por el Espíritu de Dios