Jesús fue un hombre marcado por dos grandes amores, mutuamente entrelazados: el amor a Dios, al que llamaba "Padre", papá querido (Abbá), y el amor radical a los seres humanos, que le llevó a optar por los más pobres y marginados, por cuanto estos eran los que tenían la vida más amenazada en un mundo injusto. Ellos eran, al fin y al cabo, el objeto prioritario de la acción liberadora de Dios, tal como lo revela la Biblia de Jesús, el Antiguo Testamento. De hecho, en el Antiguo Testamento encontramos, en distintos lugares, la afirmación de que Dios escucha el clamor de los pobres y oprimidos (el texto clásico es el de Éxodo 3,7-10), pues la oración del pobre "atraviesa las nuebes", llega hasta Dios, que no puede menos de escucharlo, como señalaba el libro del Eclesiástico, que expresa la sabiduría religiosa de Israel (cd. 35,11-24). Como hombre profundamente religioso que era, Jesús pensó que el proyecto que Dios había revelado en el Antiguo Testamento para mostrar a todos los pueblos de la tierra que "otro mundo ya era posible", un mundo que no estuviera configurado por el egoísmo y la violencia, era un proyecto válido y necesario. La Biblia llama a este proyecto el "reino o reinado de Dios". Pero el pueblo de Israel había fracasado aparentemente en el intento. Por eso Jesús se sintió llamado por Dios a realizarlo. Y cuando vio que iban a matarlo, confío en que sus discípulos tomarían la antorcha y lo convertirían en realidad. Desde entonces, esta es la vocación prioritaria de la Iglesia".