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Apunté en mi diario: No sé discernir bien si todo ha sido un sueño o una realidad indecible... He regresado a casa después de varios meses de ausencia en la extraña situación de estar en una cabaña, en un bosque frondoso, con un anciano, cuyo nombre ignoro y que no he necesitado saber. Ignoraba que en una cabaña, como arrancada de un libro de cuentos, iba a comenzar para mí una insospechada aventura espiritual: la adquisición de un espacio nuevo para el alma y para el cuerpo; un lugar para aprender a dar solución a la fatiga de la mente, cansada de ser superficial. Fue una oportunidad para aproximarme a mi profundidad desconocida, vivida sin palabras, y para aprender a dejar a Dios ser Dios en mí.
Comencé a entender la anécdota del discípulo que preguntó al maestro: ¿Por qué es tan difícil el camino de la liberación?. El maestro respondió: Porque pasa por uno mismo.
Sorprendido, aprendí que el camino consiste en dejar su camino..., dice san Juan de la Cruz. Y esa es la gracia de este misterio que, al parecer, pocos entienden...
Todo ocurrió en una cabaña, en el silencio de un bosque profundo... silenciosamente sonoro, estruendosamente silencioso, a veces. Pero, ¿por qué no lo supe antes? ¿Por qué no lo aprendí en los bancos de la escuela...?