Pero la estancia de Jesús entre nosotros también fue un fenómeno de masas, porque se manifestó a los hombres con el portento de sus palabras y sus milagros, vino para eso, y la gente acudió a él hambrienta de misericordia y de esperanza. No sabemos si las muchedumbres tienen fe, o que mérito atribuir a las multitudes que seguían a Jesús, pero ellas también serán protagonistas de esta historia de amor entre Dios y los hombres, también debemos reparar en ellas como un cuerpo vivo, hecho de muchos corazones, de muchos brazos y de muchas piernas, que caminaban en filas apretadas, expuestos al frío, al hambre y al cansancio, pero de los que nunca huía la esperanza hasta verse colmada. Tal como tendremos ocasión de comprobar por las abundantes citas que encontramos en los relatos evangélicos, ello es así, y la multitud piensa, calcula, estudia itinerarios para llegar a tiempo, busca atajos, no quiere que se escape la presa de sus ansias, necesitan encontrar a Jesús, y ya sabe cada cual que no podrá hablar con él, y que él, ni siquiera podrá verlos, ni oírlos, pero saben que los sentirá, palpará sus corazones, uno a uno, examinará sus afectos, llegará al fondo de sus anhelos, y solo tienen que tocarlo, acercarse los más posible, rozar la orla de su manto, acariciar una sandalia con la punta de los dedos, y serán curados, serán redimidos, tendrán al Señor con ellos.