Se lo tengo que decir antes de seguir adelante. Tarsicio (III), tiene que ser distinto a los anteriores. Como casi viejecito, a lo peor chocheo, préstenme, por favor, atención. De forma que quise fuera breve, sin conseguirlo, les he narrado algo sólo de los treinta años de la vida corriente y moliente de Jesús desde los doce años, sobre todo. Los anteriores, si tuvieron la paciente amabilidad de leerlo, de corriente ¡nada de nada! Ahora todo es distinto. No es que los roedores hayan desaparecido, ni estén siquiera en peligro de extinción. Tampoco que desaparecieran de Israel y alrededores todas las pequeñas, pulgares o sus semejantes, no; pasa que si les relatase todos los avatares y sucedidos en los tres años de vida pública de Jesús, Cristo, Mesías, Jesucristo, no cabrían en el mundo los libros escritos sobre cuanto Él dijo e hizo. ¡O le hicieron! Forzosamente he de pasar de puntillas sobre lo que otros han dejado constancia detallada. Tarsicio les dirá sólo aquello que, por impresionante, más se le quedó grabado a sangre y fuego, dicho con la mayor propiedad. Puesto que ahora ya lo saben, y porque seguro que así Dios es servido, con o sin su permiso, continúo Tarsicio (III).