San Francisco de Asís (1181-1226) es seguramente el santo más admirado, dentro y fuera del cristianismo. Es una obra de Dios, espléndidamente correspondida por el hombre con tanta fidelidad, que, después de ocho siglos, sigue asombrando y llevando a Cristo a jóvenes y mayores. Francisco fue el joven de vida alejada del Evangelio, que, al descubrir a Dios como su verdadero Padre, se despoja de todo y de todos, para abrazar a "mi Dios y mi todo". Es el hombre de fe, sencillo, pobre y austero, que en su tiempo arrastró a miles de seguidores que querían compartir su género de vida: los hermanos franciscanos y, con Clara de Asís, las hermanas clarisas franciscanas. Pero es también el hombre de la paz, ese bien tan elevado y tan difícil de alcanzar y acrecentar, que todo hombre quiere para sí y para su sociedad: ¡Señor, haz de mi un instrumento de tu paz! Y es el admirador de la naturaleza, de los "hermanos" seres creados, en nombre de los cuales alaba a Dios con el inefable Cántico de las Criaturas. El franciscano Luis Pérez, que tanto y con tanto acierto ha escrito del Padre Francisco, destaca esas y otras pinceladas que dan el cuadro exacto del "Pobrecito de Asís".