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Una familia es una comunidad de vida y de amor, es decir que lo comparte absolutamente todo. En la familia no hay secretos, sino una comunicación permanente entre unos y otros.
Lo que de Dios se ha recibido hay que cuidarlo con esmero. Y nada más grande y querido ha llegado a los padres, como regalo del Señor, que sus hijos. Pero no hay que olvidar que esos hijos necesitan, para ser realmente felices, el conocimiento de la verdad y saber cómo debe ser su comportamiento, sus relaciones con los demás, su encuentro diario con Dios.
Los padres son los mejores maestros de sus hijos. No pueden olvidarse de una obligación hermosa y tan necesaria. Ciertamente que los padres necesitan la ayuda de los sacerdotes y de los catequistas para poder educar a sus hijos. Pero los padres no deben olvidar nunca esta responsabilidad. Los hijos lo agradecerán toda la vida.