Hoy, tras veinte siglos de iglesia, no podemos volver a las comunidades paulinas, ignorando lo que después ha sucedido. Pero tampoco podemos olvidar que al principio era distinto. La distinción posterior entre clérigos y laicos, sacerdotes y seglares, no existía. El movimiento de Jesús no necesita rabinos (escribas), políticos o sacerdotes, sino servicio de amor. He querido escribir este libro como ayuda para los que quieran y estén dispuestos a retomar y recorrer el camino de Jesús, que ha sido y sigue siendo tan sorprendente, que es lógico (y funesto) que la iglesia posterior lo haya desandado. Jesús y la primera iglesia habían iniciado un movimiento igualitario, sin diferencia de sexos ni ministerios. Alguien podría preguntar: ¿Por qué, siendo eso claro, no lo han visto los dirigentes posteriores de la iglesia? ¿por qué han establecido relativamente pronto jerarquías de tipo masculino? Porque Jesús ha suscitado un movimiento mesiánico de iguales, dirigido hacia los últimos (pobres, excluidos, impuros), pero no ha podido imponerlo a la fuerza. Por eso, de manera lógica, al volverse institución honorable, su iglesia asumió los esquemas sociales del entorno, que no estaban maduros para la igualdad del evangelio.