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LA DICTADURA DEL RELATIVISMO

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Colección: LIBROS BUENA NUEVA
Número en la colección: 5
Edad recomendada a partir de 0 años

Algunos acusan al cristianismo de impositivo y fundamentalista por la pretensión cíe querer imponer su verdad; pero esto, que podría ser cierto en el Islam, no lo es en el caso del cristianismo, porque la verdad que proclama es Cristo, la manifest... Seguir leyendo

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Algunos acusan al cristianismo de impositivo y fundamentalista por la pretensión cíe querer imponer su verdad; pero esto, que podría ser cierto en el Islam, no lo es en el caso del cristianismo, porque la verdad que proclama es Cristo, la manifestación del ser de Dios, que es Amor, y el amor, por su propia naturaleza, no se impone sino que se oferta gratuitamente en la libertad, que lo acoge o lo rehusa. Por eso, Dios no fuerza al hombre y, aunque éste ha rechazado su oferta de comunión, no lo ha castigado ni obligado, sino que lo ha dejado en su libertad. Cuando Cristo ha mostrado el amor del Padre, a nadie ha obligado a creer en él, como quería forzarle a hacer el demonio, imponiendo la verdad a fuerza de milagros espectaculares; antes al contrario, ha proclamado la verdad y ha aceptado ser incomprendido, calumniado, rechazado, acusado, condenado y ajusticiado. La Iglesia, por tanto, no es impositiva cuando anuncia la verdad del Evangelio y, si alguna vez en la historia pasada lo ha hecho, ha sido infiel a su propia condición. La Iglesia, como su Maestro, propone al hombre la salvación, y lo hace a tiempo y a destiempo, obedeciendo a Dios antes que a los hombres y, como Cristo, llora ante el mundo que se muestra renuente a acoger la palabra de salvación, porque sabe que este rechazo, como a Jerusalén, lo llevará a la ruina. Tampoco puede rebajar el Evangelio para hacerlo digerible y aceptable al mundo, porque lo estaría engañando y traicionando. La verdadera misericordia no se muestra cuando se rebajan las exigencias de la verdad, sino cuando se la proclama íntegramente a fin de que lleve al hombre a su realización, porque la vida del hombre está en amar y donarse, y el don de sí mismo se manifiesta entre otras cosas en la acogida y el perdón al otro, por ejemplo, al cónyuge en las dificultades de la convivencia; en la aceptación amorosa del hijo que Dios da; en la fidelidad y en procurar el bien del cónyuge y de los hijos; en el respeto al otro, aunque sea débil y suponga una carga; en amar, en definitiva, a quien tenemos al lado, tal como hemos sido amados por Dios.

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