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Ésta es una historia que como toda historia narra la existencia de mucha gente y nos deja su entrañable e insustituible testamento vital; rostros concretos, visibles para todos nosotros, jesuitas, voluntarios, religiosas y de modo muy especial enfermos y sus familias.
Esta historia surge del encuentro entre el Padre Ferrís, fundador de Fontilles y la Madre Francisca, en los inicios de la fundación de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, cuya misión estaba centrada en las personas ciegas y sordas. La amistad, apoyo y confianza mutua que surgió entre ellos facilitó su tarea común a favor de los excluidos y pequeños, en este caso los enfermos de lepra, que hizo posible convertir a Fontilles en algo más que un sanatorio de los cuerpos. Ambos nos enseñaron dos actitudes; el silencio ante lo que no tiene explicación y la rabia contenida por la indiferencia o el miedo ante el rostro desfigurado del hombre y la mujer que no queremos ver y que, sin embargo, están a nuestro lado. Además hay un fundamento hondo; la experiencia de fe en un Dios pequeño y misericordioso, Jesucristo, que se hace concreto en cada persona comprendida como hermana.
Fontilles aparece pues como una familia a la vez vasta y cercana a la que "nada humano le es ajeno". Es este un logro no cuantificable pero sí profundamente generador de vida.