Este libro pretende ser un simple ensayo sobre la violencia humana y no un tratado de antropología teológica o fenomenología de la religión. Persigue una hipótesis inspirada en un Himno del siglo II de Melitón de Sardes, que asocia a las más emblemáticas figuras bíblicas la condición de chivos expiatorios de las comunidades humanas. Moisés, Isaac, Jacob, José, Job, David, los profetas, Juan Bautista y María, entre otros, serían figuras históricas que anticiparían un plan de Dios consumado en su Hijo. Cristo sería, pues, el culmen de una revelación paulatina basada en la donación de sí mismo hasta la muerte de cruz, como antídoto y solución contra la violencia de los hombres, fruto del pecado original. A la vez, sería el foco retrospectivo que iluminaría la historia de la humanidad, desde sus mitos originarios a los actuales, que en forma de relatos o ideologías tratarían de esconder esta escandalosa violencia, exponiéndola a la luz. La violencia es sólo humana. Dios no ama la violencia, pero la posibilidad de experimentarla y ejercerla es una condición de nuestra inquebrantable dignidad de hijos de Dios, que Él no nos puede conculcar. Este Siervo de YHVH, representado en forma de manso cordero, acepta ser atado por los hombres y ser conducido, sin resistencia, al sacrificio, para mostrarnos el otro lado del mal y de la violencia humana: el amor. La Cruz, celebrada en el sacrificio eucarístico como antesala de la resurrección, se hace llave que interpreta el drama humano, no como una tragedia griega, sino como una oportunidad para el hombre de obtener gratis la vida divina.