El tratado sobre el Dios Uno y Trino no es un tratado más entre los demás, sino que es la luz, cuyos resplandores iluminan todas las cuestiones teológicas. Por eso, con razón se habla del Dios Uno y Trino como del «corazón de la teología cristiana», «el misterio primordial del cristianismo», o también como «el principio primero y último, Alfa y Omega de la existencia cristiana». Decir de Dios que es un misterio, es afirmar que nuestro conocimiento siempre se quedará en el umbral del saber, y que sólo mediante analogías podremos acercarnos hasta Él, pero eso no impide que su influencia sea decisiva en nuestras vidas como tal misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu. Nuestra profesión de fe confiesa dos aspectos -indivisiblemente unidos- del Dios cristiano: por una parte, el monoteísmo (Dios es uno y único) como herencia de la revelación del Antiguo Testamento; por otra, lo original cristiano, porque ese Dios único es trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.