El visitante de museos es, por lo general, alguien a quien no le interesan los museos, alguien a quien apenas le interesa el arte. De todos es sabido que a los museos no se va a disfrutar, sino a decir que se ha ido. Es más: la visita al museo es, por principio, una verdadera experiencia funeraria. No puede ser de otra forma, dado que, en cierto sentido, todo museo es un cementerio de la cultura. Así las cosas, los vigilantes somos como los enterradores y los guías como los predicadores y charlatanes de las exequias. Por eso, la actitud de los visitantes de museos no es muy diferente de la de los visitantes de cementerios; antes bien resulta idéntica: van de un lado a otro, compungidos y desorientados, y luego se marchan para no regresar durante años. El desasosiego que producen los museos es similar al que provocan los cementerios cuando los familiares del difunto dejan flores sobre la tumba tras el sepelio. Hay que reconocerlo: a la gente no le apetece ir al museo; ir al museo no es un plan agradable para una mañana de fin de semana. Los que todavía hoy van a los museos son gente extraña: raros, inadaptados, solitarios, enfermos... Pero a mí siempre me ha interesado la gente así; yo mismo soy un inadaptado y un solitario y un enfermo. Soy indefectiblemente uno de ellos; cualquiera que me conozca, y aun sin conocerme, puede testificarlo. Pablo dOrs (Madrid, 1963) nace en una familia de artistas. Nieto del ensayista y crítico de arte Eugenio dOrs, hijo de María Luisa (filóloga) y Juan Pablo (médico); y hermano de Mauricio (diseñador gráfico), Esperanza (escultora), Carlos (pintor y poeta), Alfonso (ceramista), Juan (actor de doblaje y músico) y Luis (director de teatro), Pablo dOrs es, por su parte, narrador, capellán hospitalario y crítico en el ABCD las Artes y las Letras, donde recensiona narrativa centroeuropea. Tras cursar el bachillerato en los colegios Alemán y Decroly y graduarse en Poughkeepsie (Nueva York), abandona su carrera de derecho para hacerse misionero. Con este fin estudia filosofía y teología, se ordena presbítero católico en 1991 y es destinado a la misión claretiana de Honduras, donde despliega una labor evangelizadora y social. Pasa después largas temporadas en Viena y Praga, donde se especializa en germanística. Finalmente se hace discípulo del teólogo Elmar Salmann y se doctora en Roma. De vuelta de su largo periplo europeo, dOrs compatibiliza una trayectoria pastoral como coad-jutor parroquial y como capellán universitario con una académica como profesor de dramaturgia y de teología en una sede madrileña de la Pontificia de Salamanca, en el Ateneo de Madrid y en el Cefyt de Córdoba (Argentina), entre otros centros de estudios. Su debut literario tuvo lugar en el 2000 con El estreno, una colección de cuentos muy aplaudida por la crítica, y con Las ideas puras, novela con la que resultó finalista del Premio Herralde. Publicó luego la nouvelle Andanzas del impresor Zollinger (Anagrama, 2003), recientemente traducida al catalán por la editorial El Funambulista; y ahora, en Pre-Textos, El estupor y la maravilla, su tercera novela. En la actualidad, además de animar un taller de lectura para universitarios y de atender espiritualmente a los enfermos y moribundos del hospital Ramón y Cajal, dOrs vive y escribe en una casa abovedada que se ha hecho construir en un barrio de inmigrantes de su ciudad natal.