Esta es la historia de un hombre que amó la libertad y la transparencia de vida por encima de los condicionamientos fáciles que podía haberle ofrecido el tiempo de su historia. El redactor de esta biografía ha escapado a la tentación fácil de buscar en la existencia de Cristóbal López Valladolid los datos sobresalientes de esta aventura humana. Lo mejor en la vida de Cristóbal fue la presencia del espíritu que se le dio en un bautismo de alma y sangre al que Cristóbal tuvo siempre como signo de santidad para su persona y la de su larga familia religiosa. Cristóbal de Santa Catalina es un ejemplo brillante de cómo el espíritu franciscano admite a la vez un silencio riguroso en la soledad de un desierto y una dinámica imparable a la hora de repartir el amor y la caridad asistencial como se reparten sonrisas o como se reparte el pan que hace falta urgente en la mesa inexistente de los pobres. Cristóbal se salta a la torera en el coso de Córdoba todas las dificultades que podía presentar una asistencia rigurosa y muy precisa a mujeres que encontraba en los rincones menos higiénicos de la ciudad en el siglo XVII. Problema de hambre, de soledad, de miseria, de abandono. Una injusta caravana de pobres mujeres que se morían de asco y abandono a la puerta de las casas de la nobleza o de las porterías del palacio episcopal. El domingo 16 de septiembre de 2012, en Burgos donde residía desde hacía años, falleció Eduardo Teófilo Gil de Muro Quiñones.