Hasta para las altas esferas de la Iglesia de su tiempo, Santa Teresa fue una «fémina andariega e inquieta». Y como la inquietud es un signo diabólico se llegaba a la amable conclusión de que se trataba de una mujer, (su mayor pecado), un tanto histérica y desequilibrada. ¡Qué fácil es aceptarlo, pero qué injusto! Yo me enamoré del personaje por muchas razones. Por ser mujer, por saber leer y escribir, (y de qué manera), y por ser una roca fuerte e inamovible que venció hasta la mirada acerada del rey Felipe II así como a la poderosísima e intrigante Princesa de Éboli a pesar de su maldad y depravación. Fue reformadora, escritora y santa, pero tuvo que luchar contra lo más terrible: ser consciente de ese desequilibrio entre el amor que recibía de Cristo y su carencia en la correspondencia. He ahí el origen de sus desmayos y aparente locura. Nunca seremos capaces de comprender cómo nos aman y lo parcos y mesurados en corresponder.