Muchas personas hacen grandes inversiones de tiempo y dinero para ampliar cada vez más sus conocimientos y mejorar su propia preparación. Sin embargo, la experiencia de los mejores especialistas en educación, orientadores familiares y recursos humanos, señala que la mayor parte de las veces esas personas presentan luego serias carencias en lo que a la formación básica de su propio carácter se refiere: pesimismo, indecisión, desorden, inseguridad, dependencia de los estados de ánimo, dificultad para trabajar en equipo o relacionarse con los demás, u otros defectos en su modo de ser que suponen un lastre importante, no sólo para su valía profesional sino también para su felicidad y su realización como personas. El carácter de una persona es, frecuentemente, lo que marca el techo de sus posibilidades en lo profesional, o en sus relaciones familiares o de amistad: la mayoría de las veces, lo que nos falta no son conocimientos o títulos, sino una mejor relación con los demás, un mayor dominio de nuestros estados de ánimo o cultivar más los valores que dan luz y sentido a nuestra vida. El autor, con un estilo claro y certero, sirviéndose de anécdotas y ejemplos, reflexiona sobre cómo desde la familia se puede acceder a ese cambio: un cambio que pasa por cambiar nosotros mismos y en muchos casos por cambiar ante nuestra percepción de los problemas.