En esta obra encontraremos un designio didáctico manifiesto. En efecto, Isaías enseña lo que ha recibido de sus Padres, "lo que ha visto y escuchado entre los Ancianos", transmitiendo a sus discípulos las tradiciones que él mismo heredó de los grandes monjes de Escete. Y es, ciertamente, la Enseñanza de los Padres, el mismo espíritu de los Padres del Desierto, lo que aquí se presenta. Se lo puede considerar como el eco fiel de sus maestros y buscar sin temor en estos textos con qué suplir el laconismo y el silencio de los "Apotegmas" sobre ciertos puntos. En efecto, los Ancianos, lejos de querer adoctrinar a los discípulos e inculcarles ideas y teorías, querían, sobre todo, liberarlos de todo aquello que podían tener en sus mentes para hacerlos capaces de escuchar la voz de Dios en el silencio del desierto. Esa libertad debían adquirirla al precio de una ascesis rigurosa, fundada en la aniquilación de la propia voluntad. Las palabras de los ancianos estaban destinadas a mostrar concretamente a los principiantes la forma de comportarse en relación consigo mismo, con Dios y con los hombres, para poder así entrar en posesión del don del discernimiento espiritual, la "diacrisis". Ese aspecto, esencialmente práctico, explica en gran parte su silencio acerca de la mayoría de las verdades de la fe cristiana y de los elementos de la espiritualidad monástica. Por lo tanto, si bien nos resultará dificultoso encontrar en la obra de Isaías una doctrina sistemática, como así también una teoría de la ascesis monástica, podemos apreciar, a través de su lectura, los lineamientos de una enseñanza sustancialmente conforme con la que se desprende de la tradición apotegmática, pero, al mismo tiempo, más rica y original.