Además de su categoría evocadora, el relato bordea los dominios de la parábola sin llegar a establecer un definitivo juicio ético, aunque a través de sus páginas reverbera aquella actitud de disidencia que desembocaría en el Mayo francés. El valor actual del texto nos transporta analógicamente a nuestra propia realidad, que es lo suficientemente rica en controversia y desencanto como para remitirnos una vez más a «los hijos salvajes de Whitman», a los viejos poetas aulladores. Releerlos y buscar inspiración en sus ideas frente al discurso único en el que pretendidamente los mecanismos conservadores de Occidente están decididos a anclarnos, es hoy tan necesario como entonces. El relato de Ferlinghetti nos aproxima a esa recurrente actitud de la humanidad que en un instante de cada época, en un fogonazo brillante y fugaz, parece deslizarse llena de confianza en sí misma para cambiar el estado de las cosas. Pero también juega con la tensión implícita en cada uno de nosotros entre la voluntad de cambio y la desconfianza hacia lo nuevo que está siempre por venir. El autor también vivió la gran explosión de los años sesenta, cuya simiente sembrarían los Beats una década antes. Era el momento de la ilusión por un importante cambio de mentalidad, en buena parte inducido por las drogas psicodélicas junto al mero hecho de la unión de fuerzas, todo ello basado en la confianza de que la gente risueña y bella podría cambiar el mundo. Aún así, los años setenta decretarían el final del sueño, con su recuperado prosaísmo de la dialéctica crisis económica/crecimiento y las guerras coyunturales que retroalimentaban el sistema, un sistema que hará aguas hoy más que nunca, y en las que chapoteamos entre la desolación y cierta esperanza de un nuevo cambio en profundidad.. (Del prefacio) Ángel Fábregas García