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Acabo de cumplir diez años y vivo en un pueblecito de la costa mediterránea. Dicen que soy alto para mi edad, no me va mal en el cole y, según mi abuela, soy también el más guapo del mundo… terrestre. Por Spotify suena la Pavana para una infanta difunta de Ravel. El Barón de Montesquiú está durmiendo, hecho un ovillo, a mis pies. El almendro del jardín está en plena floración y me acuerdo, no puedo dejar de acordarme, de los cuentos que se inventaba mi abuelo.
Bruno tiene un abuelo muy fantasioso con quien se lo pasa en grande tramando aventuras y compartiendo secretos.
El gran sueño del abuelo es volar, así que idea un plan junto al nieto para fabricarse unas alas con plumas verdaderas. Una madrugada, suben con las alas al campanario de la iglesia, el abuelo se calza las alas, salta y... solo se rompe algunos huesos. Consciente de que podría haber muerto, el abuelo le revela al nieto su gran secreto: su abuela es en realidad una mujer-foca, a la que conoció un día mientras él caminaba por la playa. Y hay más: el propio Bruno se convertirá en foca al crecer, y el abuelo quiere prepararlo para que no se asuste. Tras revelarle este secreto, el abuelo muere. Pero Bruno ahora está preparado para hacerse mayor.