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LA SÁBANA SANTA dará lugar a la controversia, porque destapa un milagro sorprendente: la Ciencia y la Fe están condenadas a coincidir en el juicio final de la Síndone de Turín. Su verdadera edad es de 2.000 años, lo que confirmará en pocos años la segunda datación internacional de la Sábana por carbono 14. José de Palacios Carvajal nos presta este vaticinio y pasa lista a los numerosos defectos de forma y a los nefastos vicios metodológicos que se asumieron cuando al fin se reveló anticipadamente al mundo que el tejido era de la Edad Media.
Desde aquel test provocador para la devoción del creyente, la Química Analítica ha progresado mucho; tanto como la marea de peregrinos, que creen sin dudar en esa imagen holográfica en negativo de Jesucristo resucitado, atrapada misteriosamente, sin pigmentos, en la tela. ¿Por qué los instrumentos radiométricos rejuvenecieron 12 siglos los resultados de aquel primer análisis? La incógnita ha quedado despejada sin discusión según Daza- Valdés, Rogers, Kutznetsov y otros investigadores si consideramos conjuntamente todos los materiales que se analizaron entonces.
Además, el autor pone luz diáfana en la confusión que ha existido desde siempre sobre su tamaño real y su origen, tal como relata La Biblia, debido a la odisea histórica que sufrió este lienzo de lino, el más venerado de la Cristiandad, y otros paños santos que son también reliquias de las primitivas comunidades cristianas. Desde que la Sábana salió de Jerusalén, en el año 33, hasta que llegó Turín en 1578, se citan los múltiples testimonios escritos que, aun fragmentados por océanos de tiempo, le permiten colocar la Síndone directamente en la época del Jesús histórico cuando se estudian reunidos.
Por encima de cualquier apariencia u opinión precipitada, José de Palacios Carvajal sabe de la naturalidad de la imagen de la Sábana, y cree en ella. Cree en los mensajes intencionados que Él dejó bajo la trama del criptograma. Y cree que la Sábana Santa es necesaria y útil, porque atesora el quinto Evangelio, según Jesucristo. Ni siquiera se priva de deslizar su bisturí de cirujano sobre la tela, filtrando su examen del cuerpo del Salvador mediante la razón científica, escudriñándola con su experiencia meritoria en Traumatología. Ya que la más sólida prueba de la autenticidad de la mortaja es sin duda la brutal Pasión del Crucificado, si el que la asimila no es el Hijo de Dios, sólo alguien que estudió toda una vida para poder entender y curar las heridas más atroces.