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La primera parte de este libro plantea la encarnación como punto de partida para situar la reflexión; los Cantos del Siervo de Isaías como prefiguración de los dolores de Cristo; la pasión como la locura de un Dios enamorado y, por último, el sentido teológico de la muerte de Jesús, a fin de corregir algunas desviaciones que han desfigurado de manera grotesca el rostro de Dios, proponiendo lo propio del dato revelado.
La segunda parte las heridas del mundo aborda la crisis propia de las noches oscuras y el silencio de Dios, la espiritualidad de la consolación, la gloria de la cruz el sentido del sufrimiento desde la perspectiva cristiana, que no tiene nada que ver con la crueldad que se recrea en el dolor y, por último, la continuación de la obra salvífica de Cristo a través del paradigma del buen samaritano.
Aunque a veces de forma muy extraña, sufrir puede ser un modo de amar.