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Ha querido Dios, dentro de los designios de la Providencia que, en el momento de ser elegido el Cardenal Joseph Ratzinger Pontífice de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, tuviera yo en mi acerbo la inmensa fortuna de haber leído más de 48 libros suyos, recogiendo sus escritos. Incluidos también los grandes documentos de la Congregación Doctrina de la Fe, presidida por él en estos últimos lustros. Así resultaron los documentos doctrinales emanados por la Congregación, de mayor valor que otros, y en los que el Cardenal intervino con gran autoridad.
Lógicamente, nada más saber la noticia de su elección, pronto, afloró en mi mente la preparación del libro que tengo el gusto de presentar. Consideré que constituía para mí un gran privilegio, y un inmenso honor. Y que podría ser -gracias a la sabiduría y al trabajo intelectual de su Eminencia- una valiosa aportación a la misión de la Iglesia. Su misión es servir a la Verdad de Dios y a la salvación de los hombres. Dimensiones que se autoimplican. Los lectores serán los que mejor puedan juzgar: ellos tienen la palabra.
Partiendo de esta premisa, he de manifestar algo claro e inequívoco. La lectura de sus libros, muchos y de diversa índole -extremadamente polifacético-, constituye un tesoro de profundas enseñanzas. Por otra parte, el teólogo y cardenal Ratzinger está dotado de una gran capacidad de expresión, resultando muy comprensible (según el modo de comunicarse, y los destinatarios de sus libros). Verdaderamente, atendiendo a sus enseñanzas, y a la exposición de las mismas, ya no sirve aquello que tantas veces he podido oír -recuerdo cuando estaba en clase, en mi Seminario de Logroño-: "los teólogos alemanes resultan complicados y farragosos, difíciles de entender"
Considerando las lecturas y el estudio realizado (he procurado recoger todo, aunque soy consciente de que algo faltará), estimo que estoy en condiciones de poder realizar una especie de conjetura. Sin miedo a equivocarme, quizás, podría decir que Ratzinger -en este momento- constituye una de las inteligencias más preclaras de la Iglesia. Y de mayor garantía y solvencia.
Estudiando su pensamiento, y agrupándolo por orden temático, siguiendo el hilo del diccionario, han resultado más de 225 voces, que recogen temas tan variados como la filosofía y la teología, la ciencia y la cultura, la política y la democracia, el derecho y la justicia, los sacramentos, la Virgen María, el arte, el humanismo Un impresionante torrente de enseñanzas, de grandísima profundidad y riqueza, claras y convincentes.
Cuando han transcurrido escasos meses desde que fuera elegido Papa de la Iglesia, nuestro entrañable Pastor ya habrá adquirido una nueva comprensión de su vida y ministerio en favor de la Iglesia y de la humanidad. Hace años se interrogaba, con sencillez -queriendo penetrar en los misteriosos designios de Dios- acerca de esto. Ahora ha alcanzado una nueva clave de comprensión para entenderse a sí mismo. Traigamos, pues, a la memoria, esas palabras a que aludía: "Dado que nací un Sábado Santo, este día ha tenido siempre para mí un significado especial. En mis primeros años me resultaba importante sobre todo el hecho de que yo -y mis padres insistían en ello con un cierto orgullo- hubiera sido el primer bautizando en recibir el agua pascual recién bendecida. El hecho de nacer el Sábado Santo me había donado el privilegio de un bautismo ligado de un modo absolutamente evidente a la Pascua cristiana, de tal manera que la raíz íntima y el significado esencial del bautismo emergían con especial claridad. El mensaje del día en que vine al mundo tenía un vínculo particular con la liturgia de la Iglesia; y mi vida se había orientado desde el principio hacia este singular entretejido de oscuridad y de luz, de dolor y de esperanza, de ocultación y de presencia de Dios" (Cinco meditaciones, en AA. VV.: El sábado de la historia, Madrid, 1998, p. 18).
Ahora, Benedicto XVI, mirando hacia atrás y con la mirada puesta en Jesucristo, y en la realización de la misión que le ha sido confiada, ahora sí, puede comprenderse con luces nuevas. Y lo hará con energías nuevas, fuertes y poderosas ¡Quiera Dios que nosotros, los fieles creyentes en Cristo y en su Iglesia, y los hombres y mujeres de buena voluntad, sepamos entenderlo! De ese modo, gracias a Benedicto XVI -a sus enseñanzas, a su testimonio y compromiso con la humanidad doliente- podremos adquirir una nueva comprensión acerca de nuestras vidas. ¡Y del misterio de Dios y de la Iglesia santa!
Estas páginas (recogiendo sus enseñanzas anteriores) sirvan, pues, como preámbulo a las enseñanzas del Santo Padre, que en los próximos años manarán diáfanas y claras, seguras y firmes, fuertes y bien cimentadas.
Y -como no puede ser de otra forma-, dado que serán muchos los que puedan interrogarse acerca del valor de sus enseñanzas anteriores al Pontificado, considero oportunísimo traer a colación unas palabras que, en cierta ocasión -interrogado por el metropolita Damaskinos- quiso el Cardenal Ratzinger distinguir entre su tarea de profesor y teólogo (sobre todo antes de ser nombrado Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe respecto a su anterior posición), como persona singular, en su quehacer privado.
Ratzinger respondió con valentía a la objeción presentada. Considero que su respuesta de entonces, trasladada al momento actual, como Pontífice de la Iglesia, bien nos puede orientar y esclarecer, quizá ante ciertas dudas e inquietudes. Recojo, pues, sus palabras: "El profesor y el Prefecto son la misma persona, pero ambos conceptos designan funciones correspondientes a distintas tareas. Existe, por tanto, en ese sentido, una diferencia, pero ninguna contradicción. El profesor (que sigo siendo) se esfuerza por el conocimiento, y expone en sus libros y conferencias lo que cree haber encontrado, y lo subordina tanto al debate de los teólogos como al parecer de la Iglesia. Él intenta, desde la responsabilidad ante la verdad de la fe y consciente de sus límites, lograr conocimientos que le sigan ayudando en el camino de la fe y en el camino de la unidad. Lo que él escribe o dice proviene de su itinerario personal de pensamiento y de fe, y lo implanta en el itinerario común de la Iglesia. El Prefecto, en cambio, no tiene que exponer sus interpretaciones personales. Al contrario, tiene que pasar a un segundo término para dejar espacio a la palabra común de la Iglesia. Él no escribe, como hace el profesor, textos a partir de su propia búsqueda y de sus logros, sino que tiene que preocuparse porque los órganos magisteriales de la Iglesia hagan su trabajo con gran responsabilidad, de tal forma que al final el texto sea purificado de todo lo meramente privado y constituya realmente la palabra común de la Iglesia.
" (...) Los documentos de la Congregación no son infalibles, pero de hecho son más que contribuciones teológicas a los debates, orientaciones que se dirigen a la conciencia creyente de pastores y maestros. Así, resulta claro que los textos de la Congregación no pueden ni deben ser textos del profesor Ratzinger, que está al servicio de una totalidad que se extiende hasta él y para ello, consciente de su responsabilidad, intenta conservar el papel de moderador" (Carta al metropolita Damaskinos, 20-2-2001, en Convocados en el camino de la fe: Madrid, 2004, pp. 237-238).
Teniendo, pues, presente todo esto, asumamos el Pontificado de Benedicto XVI con espíritu de fe y de amor a Cristo, y de amor a la Iglesia santa, en orden a realizar su misión en el mundo. ¡Acojámoslo con espíritu generoso y positivo, con espíritu filial, con docilidad cordial!...